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LUNES, 14-MARZO-2011

A mi primer maestro

En recuerdo y agradecimiento a Leonardo Alvarez, conocido como "Yayo".

Quizás haya sido una de las mejores cañas de cebo y ahogada que nuestra provincia ha dado, huyendo de las aglomeraciones y parafernalias que en muchas ocasiones la pesca lleva consigo.Hombre alto, enjuto, de mirada penetrante, serio y parco en palabras hasta que te tendía la mano; era entonces cuando uno se daba cuenta de la "pasta" que estaba hecho.
Os quiero contar esta pequeña vivencia de cómo le conocí, y también porqué no, de cómo nos despedimos.

Contaba catorce años, un sábado de junio. De mañana temprano, preparo los achiperres de pesca, la mochila y me dirijo a la estación de FEVE con destino a La Vecilla; me apeo y toca patear hasta el río que me vio crecer: el Curueño.
Una vez allí, lo típico, me cambio, escondo la mochila entre unas paleras y... a pescar a pluma, eso que ahora llaman ahogada, la leonesa o incluso buldó. Que decir, que sólo llevaba dos cuerdas, dos cucharillas, media docena de anzuelos, unos plomos y un corcho hecho a mano atravesado por el espigón de una pluma de gallina; este era todo mi potencial.

Vamos al tema; Estaba lanzando, cuando pasa por detrás un pescador y le digo: Buenos días señor, este gira la cabeza y con voz de ultratumba responde: hola chaval y se dio el "piro".
Pasadas un par de horas, más o menos, pasa otra vez a mi lado, se detiene, observa y ve que en la cuerda tengo dos moscas y la boya (las otras las había perdido); se me queda mirando fijamente y exclama: ¡Qué haces sólo con dos moscas chaval, no sabes que tienes que poner cuatro y si llevas rastro cinco!
Le contesto: ya lo se señor, pero no tengo más; y sin más dilaciones se dio la vuelta y se marchó.
Quedé helado, cortado y pensativo diciendo en mi interior: a este fulano le conozco, me suena su cara, pero no le di mayor importancia y seguí pescando con mis dos moscas. ¡Ah por cierto! Alguna pesqué.

Cual fue mi sorpresa, que a la semana siguiente, jugando en el barrio oigo: ¡Eh chaval!; giro de inmediato y allí estaba él (ya decía que me sonaba), con su semblante que metía miedo y me dice: quiero hacerte un regalo, yo no entendía nada, y siguió hablando; cuando te vi en el río, sabía que eras un guaje del barrio, que vivías dos portales por encima del mío y que los fines de semana te veía con la caña y la mochila.
Además me ha sorprendido verte a ti solo, así que toma estos "dos ataos"; y me dio lo que para mi era el mejor regalo del mundo: un montanazo de moscas. Estremecí, dándome cuenta que se estaba forjando el principio de una amistad. Fue pasando el tiempo y me enseñó a montar ahogadas, sus truquillos de pesca, resumiendo y como se dice ahora, a "leer el río".

Compañeros inseparables como padre e hijo que él nunca tuvo; pasamos años de inolvidables jornadas de pesca hasta que enfermó gravemente: maldito cáncer.
Cuando salía de trabajar le dedicaba unas horas a mi compañero y en sus últimos días, aquellos que antes de morir parece que te viene el elixir de la vida, me comenta.

Agus, me cumples un deseo?
Eso está echo, a ver dime, le respondí.
Llévame a pescar a nuestro agujero y coges cebo pero sólo de los verdines.

Estas palabras, sabiendo el poco tiempo que le quedaba, me pusieron la carne de gallina, temblando a la vez como una vara verde. Cogí cebo el sábado y el domingo al río, le cargué a cuestas ya que casi no se tenía en pie, le coloqué y a pescar. Daba gusto ver como enfilaba el gusarapín con sus manos temblorosas. Todavía sacó unas cuantas en "su pozo de toda la vida".

De retirada a casa (vivía con su sobrina), cuando nos despedíamos me dice: gracias Agus, ya me puedo morir tranquilo.
A los dos días murió, no sin antes susurrarme al oído: cuando estés en el río solo como cuando te conocí o acompañado, mira al cielo, siente la brisa y sabrás que estoy a tu lado.

Del alumno a su primer Maestro. YAYO, GRACIAS


Agustín González García.


PD: Para todos aquellos que han dejado una marca en vuestras vidas.

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