Un buen día, me levanté temprano y me fui a pescar a mi río preferido. Como de costumbre, llegué, preparé la caña, me puse el vadeador y ¡al agua patos! Comencé a lanzar sin prisa pero sin pausa. A las dos horas, ya había sacado tres. Cuando clavé la cuarta, noté que no era grande pero peleaba con mucha más fiereza que las demás "ésta se ha metido algo, seguro" me dije mientras me afanaba en traerla hacia mí. Cuando la cogí para desanzuelarla, oí una vocecilla que me decía "¿me vas a soltar?" ¡Casi me da un infarto! Esa pequeña trucha me estaba mirando entre resignada y cabreada. Antes de que pudiera reaccionar, continuó diciéndome "vale, no soy más que una trucha, un simple pez que no entiende más allá de lo ve dentro del agua, pero ¿me vas a soltar?" Con la mano que me quedaba libre, me pellizqué como nunca lo he hecho para comprobar que no se me había ido la chaveta.

Cuando me aseguré de que la trucha me seguía mirando fijamente, y aún a riesgo de acabar como la maracas de Machín le pregunté "¿no te parece un poco delirante que me estés hablando? ¿o es que el contacto de mi piel con tu mucosa me produce efectos alucinógenos?" En ese momento pensé "tío, te has vuelto loco ¡que es una trucha, coño!" Parecía que estaba recuperando la cordura que momentáneamente había perdido... "Me estoy asfixiando ¿te decides o qué? Si me sueltas hazlo ya, y si no, no me fastidies más, pasmao" Me di cuenta de que tenía razón, pero hablar con una trucha no pasa todos los días, de modo que, sin soltarla, la sumergí en el agua y la dejé que se recuperara. Cuando noté que ya había cogido fuerzas de nuevo, me armé de valor y sacándola del agua de nuevo le dije "dime qué quieres, porque de lo contrario no voy a ser capaz de volver al río nunca más" "Mira, pediros que dejéis de pescarnos no tiene mucho sentido porque os puede la afición, eso lo tenemos asumido, pero si os contentáis con dejarnos de nuevo en agua después de haber ganado la pelea, os prometemos ser muchas más las que os estemos esperando la próxima vez que vengáis al río. Pero te advierto que seremos más fuertes..."

Después de soltar definitivamente a aquella trucha, me senté a la orilla del río y me quedé mirando la cesta, pensando qué narices haría con las tres truchas que llevaba dentro ¡si a mí no me gustan las truchas! En un acto irracional (la verdad es que toda esta historia es irracional), saqué los tres peces de la cesta y me dispuse a reanimarlos "tu estás muy mal, éstas llevan en la cesta más de una hora ¡cómo van a revivir!" Me gustaría contaros que revivieron, y que se fueron río abajo dando saltos mientras me llamaban de todo menos bonito por haberlas hecho sufrir de esa manera... Por alguna razón que desconozco, aquella mañana seguí pescando. Y ocurrió que a cada lance que perpetraba, picaba una trucha que seguidamente escupía el mosquito. Y así pude contar hasta más de cien veces seguidas. De repente, en el enésimo lance, conseguí trabar un buen pez que no consiguió escupir esta vez. La saqué del agua, y antes de quitarle el anzuelo, se giró y me dijo "Acuérdate de lo que hemos hablado". Pegó el mayor coletazo que nunca he visto en una trucha y se marchó con la misma facilidad con la que hablaba. Desde aquel día, tardé varios meses en volver a pescar (y me gasté una pasta en psicólogos), incluso hay veces que me cuesta meterme en el agua.

A veces pienso que me volví loco por un instante, pero enseguida me doy cuenta de lo cuerdo que estoy cuando, algunas veces, veo a lo lejos a un pescador con una trucha en la mano y el rostro desencajado.


Nogalani
Socio Pescaleón