Pedro Trapiello hace una loa del arte de la pesca en la presentación del libro de Manuel Ortiz sobre montaje de insectos artificiales
Empezando por el principio. Es lo que hizo ayer Pedro Trapiello, que admite mil definiciones aunque quizá la que mejor le va, con su permiso, es la de columnista de lo cotidiano. Fue durante la presentación del libro La pesca y el montaje de insectos artificiales, escrito por José Manuel Ortíz, uno de los últimos maestros vivos de este arte.
Y el principio fue una loa al ingenio de los antepasados, que tuvieron que arreglárselas para emular a los mosquitos, imitarlos y perfeccionarlos para practicar otro arte, el de la pesca, que llevaba a otro arte más: el de poder comer a diario. Que hubo épocas en la que había que estar muy vivo.
«Esto sí que es patrimonio de la humanidad del que sentirse orgullosos y no el Filandón, en el que no ha estado casi ningún leonés», dijo Trapiello señalando la obra de Ortiz. No el libro, que también, sino los insectos artificiales que crea con las plumas de los gallos de la Cándana. Para ellos, Ortiz reclamó una Denominación de Origen y el reconocimiento y apoyo de todas las administraciones.
«Son los mejores del mundo», dijo sin duda. Y nadie osó discutirlo.
Tiene razón José Manuel Ortiz. Y también Trapiello. Que esta tradición es arte, orgullo y patrimonio. «La mejor hormiga que me ha salido en mi vida la hice con una cuerda del tendal», confesó Ortiz. Y ante un público asombrado, se puso manos a la obra. Y armó allí mismo, en El Corte Inglés, una mosca sin alas, otra con alas, una hormiga ... Pues eso, un arte. Y un orgullo.